Antonella estaba ansiosa, excitada, muy mojada, el vendaval
furiosamente se descargó golpeando con furia todo a su paso, el agua
corría por su cabello enrulado soldándolo, eliminando rulos,
alisando circunstancial y artificialmente el cabello. Cuando creía
que todo había sido en vano doblando la esquina escuchó el sonido del
auto, que se detuvo frente a ella, la puerta se le abrió y apenas
ingresó la voz de Mauro, su amante deja deslizar: -"Perdona, tesoro,
pero no pude llegar antes... Tuve problemas... al salir a la ruta
hubo un accidente, un camión volcó cargado de maíz, por suerte la
cana me conocía y haciéndome un lugar por la banquina pude avanzar, ¿
te funciona el celular ?¿te envíe mensaje?
Antonella observó su cartera, hilos de agua corrían por los
bordes, el celular estaba apagado,-" Uffss, me habré quedado sin
batería .Hola,... Hace más de una hora que estoy esperando... Estoy
helada....Estoy casi congelada... ¿Y sólo tengo con dos horas, que
bajón?
Él sin decir palabra, le sella la boca con un prolongado y
apasionado beso. Eran amantes y se amaban furtivamente.
Nadie podría suponer que ella casada, una hija, secretaria en una de
las empresas acopiadoras de cereales mas importante de la zona, de
hermosa figura, rostro sugestivo y armonioso, aspecto grácil y
tímido, menuda de estatura, era una mujer adultera capaz de
mantener una relación furtiva y secreta con uno de los socios de la
empresa dirigente de la sociedad de productores local.
Sólo aquellos hombres afortunados que saben leer muy finamente lo que
una mujer puede ser capaz de dar , se imaginaban el volcán que
guardaba al observar su cadencioso caminar, envuelta en sobrio trajes
grises de secretaria ejecutiva y anteojos , caminando como se flotaba
como si temiera herir el suelo con sus pequeños pies, su andar lento,
con su rostro de ejecutiva seria y fría , con su impasible cara de
inocencia y ausencia de sensualidad e ignorando las miradas de los
hombres que contemplaban esa figura de mujer . Una mujer que pese a
todo aquello y sin proponérselo atraía las miradas de los hombres y
despertaba en aquellos que se imaginaban lo que se despertaría en
ella al quitarse los anteojos y el traje de ejecutiva, aquel que bien sabía adivinar era sabía que ella era un volcán latente , se imaginaban su fogosidad ardiente que escondía.
Su mirada tierna y su elegante gracia femenina era no pocas veces
motivo de críticas de algunas mujeres que se vanagloriaban de sus
propios contornos voluptuosos y provocativamente sensuales que ellas
mostraban ostentosamente a los hombres.
El ww gol era cómplice, con ambos enamorados sobre sus asientos,
busca un lugar aún más solitario y alejado, se estaciona mientras el
ventarrón y la
lluvia, cayendo ahora torrencialmente, oculta los besos y las
caricias de que arriesgan su tranquilidad para mirarse a los ojos y
jurarse amor por siempre una o dos veces por semana, cuando el esposo
de Antonella esta ausente y ella puede dejar a su hija a cuidado de
alguien fuera de los horarios de su trabajo.
Andrés su esposo, bastante mayor que ella, emprendedor y trabajador
educado con una educación de macho chauvinista, jamás la comprendió.
Él es un hombre sumamente celoso que igualmente cuando la fortuna le
sonreía solía tener sus amiguitas. Él le puso muchos reparos para
que ella siguiera estudiando en la ciudad de La Plata, ubicada a 200 km de su ciudad pueblo y hasta llegó a plantearle la necesidad de que
deje su trabajo para dedicarse solamente a su hija y el hogar.
Ella no lo amaba solo lo quería y respetaba , se casó ante la
influencia y presión de su familia y ante los pedidos de su madre
moribunda que le quería verla bien ubicada, casada con algún tipo de
billetera grande ¨, antes que ella partiese de estos lares.
Mauro su amante, era un hombre moderno, educado en Buenos Aires , en
la crisis del 2001 se manejó muy bien y logró comprar las acciones
del Acopios del Oeste SA y desembarcó en la empresa siendo el gerente
general y el socio mayoritario .Tranquilo casado de años con su
mujer , vivía en un pueblo ubicado a 15 km del de ella .Jamás él le
ocultó que era mujeriego empedernido pero si le prometió que con ella
sería capaz de mantener un prolongado compromiso y establecer una
relación estable , secreta y furtiva
Los dos amantes se habían atraído desde la primera mirada y en el
fragor de la intimidad y la confianza adquirida por el tiempo ya
transcurrido, más de dos años, ambos fueron entregando más y más de
sus más escondidos e increíbles deseos y placeres que se puedan
otorgar mutuamente un hombre y una mujer que se desean y aman. Su
relación llena de pasión y romanticismo, de lealtades y sinceridades
sin límites, se acrecentaba con la maestría con que ella como una
gata seducía y demostraba su portentosa calidad de hembra que está amando.
Y como él cada vez mas la sometía con gran creatividad arrancándole los deseos
más profundos y haciéndole vivir todas las fantasías que ella durante
años se había reprimido.
En los momentos de quietud y tranquilidad que tenían después de
saciada la carne, con aún las pupilas dilatadas por el placer,
surgían las palabras de amor, el coloquio sentimental y las promesas
de amantes, algunas originales y poco comunes.
Antes del último beso de despedida había que planificar el dónde, el
cómo, y el cuándo tendría lugar el próximo encuentro, todo con el máximo de
detalles y precauciones, para evitar que los seres engañados, ambos
sospechosos y en estado de alerta, triunfaran en sus pesquisas de
sorprenderlos y descubrirlos.
Andrés, el esposo engañado, herido en su soberbio ego, experimentado
simulador de afectos y cariños y con un bien ganado título post grado
en el arte de seducir mujeres casadas, ya había detectado actitudes y
comportamiento inhabituales en su ahora reservada mujer, a la que
desde hacía varios meses la veía irradiando un halo de felicidad, todo acompañado de un manto de hermosura que le cubría todo su cuerpo.
Cada día la observaba más fresca y glamorosa, sus mejillas más
sonrosadas y sus labios más húmedos y sensuales. Sus senos eran mas
voluptuosos, sus nalgas mas esféricas y sobre3salientes, además ella
no dejaba de estrenar lencería cada vez más elegante y erótica, algo
audaz junto a faldas mas breves o pantalones mas ajustados a sus
curvas.
Progresivamente Andrés dejó de dormir bien, abandonó a dos amigovias
transitorias, y se fue asumiendo en el suplicio de la duda, de los
celos, de esos que no matan, pero que hieren dolorosamente fuerte en
el corazón.
La disimulación de la tristeza que lo había posesionado y la
ocultación de la humillación interna que sentía por la posible
infidelidad de su mujer, no lograba obviar que sus amistades fueran
sorprendidas por la metamorfosis que estaba padeciendo, antes alegre,
conversador, dicharachero, seguro de sí mismo, y ahora, ojeroso,
pálido, pensador, preocupado siempre. Los comentarios iban y venían.
Algo pasaba en ese
matrimonio conformado por una bella y cada día mas sensual mujer
mujercita
Sofía, era la esposa de Mauro, respetada, simpática y poseedora de
esa atractiva presencia que es dada por la genética, la educación y
la cultura confiaba y con razón en su hombre, al cual ya consideraba
como de su propiedad personal.
Ella era blanca, de agradables facciones, casi linda, cuerpo bien formado, aún atrayente
para señores que quieran lucir una mujer con personalidad definida,
ademanes elegantes y orgullosa de su persona.
Los dos cornudos personajes con esa rara intuición que se apodera de
los enfermos de celos y por esas misteriosas facultades de la mente,
sus sospechas apuntaron directamente a sus respectivas parejas. De
antes lejanamente conocidos, poco a poco fueron saludándose con más
amabilidad, con más asiduidad y frecuencia. Surgían las clásicas
preguntas inocentes, esas tan comunes que hacen suspicazmente las
mujeres sospechosas de algo, como aquella "... Y cómo está tu
señora...
La veo cada día más linda... Sé le ve rebosante de felicidad..." o la
que hacen los hombres del mismo estilo: ...Y qué es de tu marido...
Lo veo muy cambiado... Se le ve triste, apenado... A lo mejor tú lo
estás haciendo sufrir... Ojala que no seas tú la mala...". Con el
paso del tiempo ambos amigos de ahora, casi de infortunio, se
convencieron que estaban en la ruta correcta, pero no estaban seguros.
Quizás esta traición sea tildada de bajeza e inmoral por muchas
personas, pero nadie está libre de ser atrapado, atraído, casi
absorbido por esa irresistible llamada de los instintos del amor y
cuando esto les sucede a personas que han jurado ante Dios ser fieles
hasta que la muerte los separe, esto es convertido en un pecado
mortal.
La razón de los poseídos por este misterioso fenómeno humano en estos
casos no funciona, el raciocinio se bloquea y la lógica llega a conclusiones inusitadas.
Estos seres transgresores convencidos de que la muerte no los
separará, se juran amor aún después que ella suceda. Los sicólogos
aseguran que esto es una grave enfermedad, a veces, incurable. Aunque
en comunidades más cosmopolitas los efectos de la modernidad líquida donde nada es estable esta desintegrando esa idea de fidelidad
inmutable .Y a esa filosofía adherían Antonella y Mauro.
Mientras tanto Andrés, casi donjuanesco fanfarrón, el que
menospreciaba a los hombres sosegados y fieles y admiraba a las
mujeres ajenas infieles, se sentía vencido y jamás podría presentir
que sería ofendido en este su más preciado valor como hombre y
persona, por uno de esos hombres que, a su juicio, eran incapaces de
seducir una mujer y menos a su Antonella ahora en celo permanente con
su amante.
Sofía la respetada mujer de Mauro, de comprobada fidelidad hasta el
momento y don de gentes, mujer admiradora de su hombre, consumía
horas y horas de su ahora permanente insomnio, pensando en el mutismo
y sentimiento de lejanía que percibía en la actitud de Mauro, su
amado.
Ella, la señora, amaba a su manera a ese hombre de negocios,
productos agropecuarios, dirigente público sensible que gustaba
hablar, de historia, de las injusticias, de política.
Su amor por él fue creciendo con el tiempo, pero Mauro, su dócil
hombre, con los años la rutina lo fue apagando hasta transformarlo en
un común dueño de casa.
Ella, la dama, había triunfado en su empeño de control y ella, la
distinguida, había vivido siempre feliz exhibiendo el ejemplar
masculino de la que era su única dueña. Ahora apenada, cavilaba con
dolor en lo lejano que estaba de ella el corazón de Mauro.
Sofía en una de sus largas noches en que ella, la señora de la casa,
se ausentaba del pueblo e iba a Buenos Aires para controlar a una de
sus hijas, que estudiaba allí.
Mauro en vela, pensaba en su amor, en su diosa, pero el remordimiento
por la deslealtad hacia su mujer le provocaba alocados saltos a su
corazón. No podía evitarlo, él quería también a su señora, pero de
una manera diferente, sin esa pasión quemante y angustiante que
sentía por su Antonella. La amaba a pesar de esa pragmática y
realista actitud de ella para solucionar los problemas cotidianos y
enfrentar la vida, pero poseedora de una inmensa y humanitaria
sensibilidad por el dolor ajeno y las injusticias sociales.
Sus sentimientos de amor hacia su hombre siempre eran demostrativos,
coquetos y cariñosos. En esos momentos de desesperación, con la
sensación de tener una daga enterrada en su pecho Mauro sentía una
desgarradora lástima por el daño que le estaba infiriendo a su
hermosa Sofía, compañera de años.
Un día cualquiera, Sofía, se le acercó dicharachera y coquetamente a
Mauro suavemente le comenta:
-"Mi amor, el Sábado he invitado a un matrimonio a tomar mate... No
sé si los conoces... Es una pareja muy decente y simpática...Ella
creo que es empleada en una de las empresas tuyas…Él es un pequeño
productor que ayuda mucho en la capilla con sus donaciones… Me
gustaría que los conocieras..."...
-"Bueno... Si tú lo crees así... Ningún problema...". Contestó Mauro,
displicente y sin dar importancia a este asunto, ya que estaba
habituado a los encuentros que organizaba su mujer, por lo que ni
siquiera preguntó por el nombre de los invitados.
El sábado, Mauro abre la puerta y ve delante de él a Antonella
acompañada de Andrés Los amantes disimularon como verdaderos actores
consumados su sorpresa. Mientras
los saludos y las consabidas preguntas y respuestas de cortesía
iniciales iban y venían, las miradas inquisidoras de cuatro pares de
ojos se cruzaban tratando de penetrar en las mentes de los rivales.
Ya sentados en los sillones del living, Mauro sentía que su cuerpo
ardía y que gruesas gotas de sudor estaban asomando por su frente,
sus manos ya humedecidas, mientras Andrés, lo observaba fijamente.
Sin demostrar nerviosismo, Mauro secándose el rostro con un pañuelo y
sin dar importancia a la mirada insolente del cornudo, exclamó
como un suspiro:
-" ¡Qué manera de cambiar el clima!... ¿Está haciendo bastante calor... No?
La mujer infiel y la anfitriona en el otro sillón, con esa astucia innata de mujer se soportaban mutuamente, cortes y cordialmente las miradas, las preguntas y las respuestas, todo sonriendo y disimulando.
La labor de espionaje psicológico de los cornudos estaba en pleno
desarrollo y la capacidad de contraespionaje de los amantes hacía
alardes de habilidades de simulación e hipocresía, todo por el amor,
ese gran don dado a los humanos por la naturaleza.
Pasado esos primeros momentos de susto y en el convencimiento de que
las víctimas nada sabían, Mauro, mientras sorbía su mate en su mente
trataba de analizar la situación en la que estaba ocurriendo. No había duda
que la reunión había sido concertada, planeada con el objetivo preciso de
indagar, buscar alguna seña verificadora de la relación entre Antonella y él.
¿Pero cuál de los dos cornudos era el dudoso y el creador de esta
estratagema?... ¿Era Sofía?... ¿Era Andrés ?... ¿O talvez los dos
actuaban juntos? Eran las preguntas que estaban haciendo transpirar
más de lo normal al sorprendido Mauro.
Afortunadamente para los amantes todo terminó con esas frases de buena
educación...
"Lo hemos pasado muy bien"..."Hasta pronto... Vengan a visitarnos
cuando quieran..."
" Ha sido una agradable tarde Ha sido un verdadero placer conversar
con ustedes", etc.
Después de aquella ocasión , los amantes ya expertos en crear medidas
de seguridad para precaver sorpresas desagradables, optaron por rotar
los lugares de sus encuentros entre los diferentes pueblos y
estaciones de ferrocarriles que abundaban en esa hermosa región.
La brisa de la primavera y el rebrotar de la vida estaba estimulando
a los amantes a ser cada día más osados. La fragancia del campo, el sol radiante y el
trinar de los pájaros que revoloteaban eran como un afrodisíaco para
la sensualidad cada día mas desarrollada de Antonella que embelesaba
y enloquecía a Mauro
Tendidos de espaldas, tomados de la mano, dejándose acariciar por la
tibieza del sol y la brisa del campo, los enamorados amantes
aspiraban el aire perfumado de las flores y de la hierba fresca de la
llanura pampeana. Solos y cubiertos por las hierbas, rodeados de
mariposas y jilgueros, cabecitas negras, corbatitas trinando, libres
de miradas curiosas, se entregaban al amor jurándose amarse aún
después de muertos. En momentos así es razonable que esas personas
escapan a la realidad durante esas horas de placer y comunicación
íntima, lo que con mucha propiedad podría considerarse como una feliz
y milagrosa locura.
Y llegó el verano, con su calor, sus playas hermosas y las vestimentas
multicolores.
Período de goces, gozos, de descanso, de vacaciones y del gran golpe
de los amantes.
La señora Sofía, la mujer cornuda de Mauro, preparó sus maletas para
ir a visitar a una de su hija que se había casado e ido a vivir a
Madrid y el cornudo fanfarrón, quizás ya resentido con su mujer, optó
por pasar solo sus vacaciones donde unos parientes en Chile.
Esto no es nada anormal, ya que se acostumbra que en estos meses de
verano cada uno decida la forma en que hará uso de sus vacaciones. Nada de dos
horas cada tres días.
Los amantes iban a estar juntos, mirarse a los ojos hasta cuando les diera sueño, durante quince días, con sus veinticuatro horas completas, y todo en un lugar
paradisíaco, lejos de la gente conocida, junto a tranquilas olas de
mar, sol y brisa marina y otras agradables ofertas.
Ambos sólo pensaban en la llegada del pronto día de partir hacia ese
paraíso, sonriendo, respirando profundo, viviendo.
Y llegaron se registraron en el hotel como marido y mujer fueron
guiados hacia una cómoda pero sencilla cabañita equipada.
Durante los dos primeros días salieron solamente a almorzar una vez.
Al tercer día mostraron sus grandes ojeras a los bañistas, cuando
decidían ir a nadar y debían sacarse sus sendos lentes oscuros. Poco
a poco se fueron dorando y logrando esa apariencia tan deseada por
todos de verse saludable, radiante y contento. Durante las noches, en
la sala de baile se divertían conversando con parejas desconocidas
pero ávidas de amistad y conversación.
Todo era alegría y tranquilidad. Los amantes estaban de verdad en un verdadero paraíso.
Al décimo día de esa maravillosa estadía, cuando los amantes salían
del hotel hacia el mar, de pronto alguien conocido del pueblo, una
mujer, los quedó mirando insistentemente y con claras muestras de
sorpresa. Luego dirigió su vista hacia el auto de Mauro, muy
conocido, que estaba estacionado junto a la entrada del hotel.
Al descubrir a la mirona, los amantes fueron invadidos por una gran
preocupación.
Cuando faltaban dos días para retornar a su pueblo, de improviso
alguien golpea en la puerta.
Mauro pensando que era alguna de las personas que hacían la limpieza
abrió la puerta, pero quedó paralizado cuando frente a él estaba
furiosa, ella, su señora! Los insultos, el griterío fue espantoso.
La amante que estaba en la cama al asomarse a la puerta recibió
también una andanada de palabrotas de la señora, que llorando se
alejó junto a la amiga que la acompañaba.
Mauro cuando divisó la imagen de su mujer alejándose y llorando
amargamente no pudo evitar de verse invadido por una gran pena por el
gran sufrimiento que le estaba ocasionando a la mujer con la que
había estado viviendo tantos años.
Antonella mientras tanto, convertida ahora en tigresa, dispuesta a
todo, enfrentó en su momento a la mujer de Mauro y de pronto inició
el reproche a su amado por la ambigüedad y su actitud poco decidida.
Esa noche cada uno se acostó dándose la espalda, pero pasada las
horas nuevamente estaban integrados en cuerpo y alma.
Pero Mauro, el victimario, pensaba también en su mujer, en la inmensa
tristeza que por su culpa ella estaría padeciendo en esos momentos.
Posterior al terremoto, la señora abandonó a Mauro y partió donde su
hija y este se vio obligado a dejar la casa y arrendar un departamento
para soltero. Los amantes para evitar males mayores acordaron dejarse
de ver, suspender los encuentros y dejar la comunicación abierta
solamente por teléfono, mientras tanto el cornudo, aunque al parecer
aún nada sabía, estaba vigilante y atento para responder el teléfono.
Las relaciones con ella, estaban cada día más intolerables.
Para asegurarse de incomunicar a su mujer escondió el teléfono con
llave en el armario, por lo que Antonella, transformada ahora en
leona, en hora fija y cuando se suponía que el cornudo estaba en su trabajo, esperaba
impaciente la hora acordada para enchufar el aparato y se aprestaba
ansiosa a escuchar el sonido anunciando que su amado estaba
reclamando por ella y comenzaban las oraciones amorosas y los
suspiros de los enfermos del corazón.
Una hora, dos horas, tres horas hablando de amor, del futuro incierto
y de las consecuencias cuando el cornudo fuera
contactado por la señora cornuda, es decir, la pobre mujer de Mauro,
y se impusiera que en su cabeza lucía, sin que él se percatara, unos
hermosos y floridos cuernos de ciervo.
Y pasaron unos meses. Mauro precavido, casi permanentemente en
posición defensiva y cautelosa. Esperando siempre un ataque
sorpresivo. En la calle, en el su actuación pública, donde estuviere
siempre alerta. Un día cualquiera, levantó el auricular del teléfono
y escuchó un vozarrón vulgar, insultante y amenazador de muerte. Era
el Andrés. Ya sabía todo. Y las llamadas siguieron. Y también los
anónimos dejados en las casillas de correspondencia del edificio y en
su correo electrónico.
Mientras tanto, la comunicación con su ardiente secretaria
continuaba, desde lejos, utilizando unos celulares secretos que él
compró para ellos Y por email en la oficina depositaban y llevaban
sus misivas de amor. Antonella inició su separación legal pero
Andrés despechado, seguía insistiendo, molestándola, y amenazándola
con quitarle a la hija y denunciarla de adultera, mientras también
seguía amenazando al amante ladrón del corazón de su mujer. Mauro
con el tiempo, cansado de tanta asperaza decidió enfrentar al cornudo.
Al escuchar la voz del cornudo, con sus acostumbradas injurias
telefónicas, lo desafió a hablar. El cornudo propuso un bar que él
frecuentaba, lo que fue rechazado por el amante por lo riesgoso que
era, pues en ese lugar se arriesgaría a una trampa y encerrona.
Finalmente acordaron el encuentro al costado de una plaza y los dos
solos.
Mauro presintiendo una traición del cornudo, se colocó bajo su
chaqueta de cuero el revolver calibre 22 que no dudaría en disparar
a aquemarropa si la situación se daba.
El amante llegó a la hora precisa. Esperó hasta que apareció el
hombre engañado, con su estampa de rudo boxeador y luciendo una
hermosa frente con unos bien maduros cuernos, visibles solamente a los ojos
de Mauro. No alcanzaron a conversar. Golpes iban y venían hasta que
la policía detuvo la disputa, llevando a los dos presos a la
comisaría.
La vergüenza del cornudo lo hizo omitir la razón de la disputa, entregando una versión diferente, la cual silenciosamente el amante la aprobó por verdadera. A la salida de la Comisaría, el cornudo volvió a proferir insultos y amenaza de muerte
si Mauro no dejaba de ver a su mujer. Y parece que hablaba en serio.
Ellos los amantes, obsesionados en su amor, a pesar de todas las
dificultades y riesgos, continuaban con sus encuentros furtivos, pero
reforzando las medidas de seguridad, escogiendo cada día lugares más
distantes y alejados del pueblo, parajes desconocidos y llanura
pampeana escondidas entre los montes. Haciendo caso omiso del
revuelo que estaban causando, ellos, los enamorados, estaban tendidos
de espalda sobre la hierba, de cara al sol y tomados de la mano,
extasiándose con la fragancia de las flores silvestres, con el vuelo
de las mariposas y deleitando sus oídos con el alegre cantar de los
zorzales.
Las amistades de la respetada señora cornuda y de su marido infiel,
Mauro, en sus tertulias de convivencias el tema de moda eran los
comentarios sobre el amorío extramarital de uno de sus amigos.
Las relaciones con las que intimaba este matrimonio, en desgracia,
eran de un cierto nivel cultural, profesionales de diferentes
disciplinas, incluyendo un afamado psicólogo, el que, especialista
en materias de los misterios de la mente y de los comportamientos
humanos, era el moderador de las diferentes posturas de cada bando en que se dividían las opiniones de los asistentes.
Aunque la crítica a sus amigos desafiadores de las buenas costumbres
era general, el psicólogo como experto en escudriñar mentes ajenas,
percibía claramente los bien disimulados suspiros de las damas presentes,
quizás envidiando a los infieles y por la remota posibilidad de algún
día sentir la plena felicidad de amar y ser amada de la forma en que lo hacían sus amigos.
Mientras sus esposos hacían también vagar su imaginación buscando en
su evocación la mujer ideal a quien poder amar libremente y sin
barreras y mirando de soslayo y con pena a sus mujeres, ahora pensativas y
tristonas.
El dejarse guiar por los comandos del corazón hacia el placentero
torrente del amor, ocasiona a veces consecuencias tan desagradables
que torna la vida angustiante y sufrible, como si la razón ofendida de
tantas imprudencias quisiera vengar a quienes hacen caso omiso a sus
indicaciones. Pero el amor ciego y poderoso, milagroso germen de la
vida, logra que a veces los amantes verdaderos que aún sabiendo que
sus besos los conducen a la desgracia y al peligro, de la mano y sonriendo
avanzan hacia la hecatombe. Quizás sea criticable, pero la gacela y
su amante siguieron con su romance cada día más intenso, más secreto y más
riesgoso.
Mauro, el amante, empezó a tener los primeros resultados de su actuar
de colegial enamorado al tener problemas en su actividad de
dirigente público donde se le pidió su renuncia por mantener esa
relación en contra de lo que se consideraba el sagrado matrimonio. Y
también empezó a tener problema sen la empresa donde todos
sospechaban que favorecía a su empleada predilecta y cada día que
pasaba le era más difícil comunicarle a su amor que hoy su amor es
más grande y profundo que el de ayer
Forzados por la insoportable situación ambos amantes lentamente
estaban restringiendo sus comodidades a la que estaban acostumbrados
en sus encuentros.
Aunque semana a semana descendían un grado en la categoría de los
restaurantes y hoteles al que acudían, esto no alteraba la visión
pura del amor que ellos se proferían. Estuvieran donde estuvieren, cualquiera
fuera el entorno que miraran sus ojos, ellos vivían su amor con el más
elevado sentimiento de pureza, bello e inocente. Estaban convencidos
que nada podía salpicar con dudas de vulgaridad lo que ellos estaban
viviendo.
Sofía, con su faz estampada con las huellas de la desesperanza y con
su corazón contristado, optó por el alejamiento, por dejar libre a su
esposo, yéndose a cobijar y a regar con sus lágrimas otros espacios lejanos.
Andrés, incentivado por su exagerado orgullo varonil no cesaba de
inventar argucias y tretas para recuperar no el amor de la gacela, su
mujer, sino el cuerpo, la presencia de ella en su casa y después
envanecerse ante los ojos de sus amigos y amistades.
Ella, la diosa ardiente, rechazaba volver a ser prisionera y huía
con pavor con el corazón invadido por la imagen de su amante, cuando
captaba la cercanía del que fue su antiguo amor y ahora esposo
despechado y furibundo.
Pasado algún tiempo, en uno de sus encuentros, mientras la luna
surcaba el cielo límpido de verano, Mauro y su diosa ardiente
deleitándose ambos del elixir amorosos recién bebido, besándole suavemente sus labios, él le
susurra al oído:
-" Mi amor... Encontré una manera de vivir lejos de aquí... En la
Patagonia , pero...". No alcanzó a terminar la frase, por que ella,
airada y zafándose de los brazos de él le replicó:
-"Tu no me quieres... Ahora me vas a abandonar... ¿No es cierto?...¡Contéstame!...
-" No mi amor, jamás te dejaré, yo te amo, primero viajaré yo y luego
cuando tengas todas tus cosas listas y yo haya encontrado casa y me
haya acomodado, te mandaré a buscar. Allá nos casaremos, tendremos hijos y
seremos felices...podrás traer a tu niña…"
Mauro, no logró convencer a su amada, quien furiosa y con graciosos
golpecitos con sus delicadas manitos intentaba llegar al rostro de su
amado. Presa de desesperación, ella agotada de tanto esfuerzo,
terminó rendida sollozando abrazada al cuerpo de él, gimiendo,
mientras Mauro le besaba los labios, le acariciaba el cabello y le
murmuraba palabras tiernas de amor inmenso, verdaderos juramento de
lealtad.
-" Acuérdate, mi amor, cuando tú me dijiste que querías estar unida a
mí por toda tu vida y yo juré un pacto de unión entre nosotros.
Terminó ella aletargada y suspirando como una niñita mimada,
dormitando en el pecho de su amor.
Un acalorado cartero buscaba una dirección en una linda calle de una
ciudad. Miraba hacia el interior de las casas intentando leer el
número que a veces estaba escondido en la frondosidad de los jardines.
En una de esas viviendas una dama, canosa, de cabellos blanquecinos
brillantes y hermosos, aún lozana y esbelta, regaba las plantas y
maceteros de su jardín, como si estuviera jugueteando con el
escurridizo chorro de agua de la manguera. Sobresaltada por la
inesperada voz del
cartero que le preguntaba por una dirección y el nombre de una
persona, ella para escuchar mejor, dejó de rociar y se dirigió hacia
la puerta donde estaba el empleado de correo.
-" Buenos días, qué desea, señor"..., le preguntó sonriendo y
mostrando sus hermosos dientes.
-" Busco ésta dirección y a esta persona... No sé si estará
equivocado el destinatario, porque no la encuentro"... Respondió el
cartero alargándole
un pequeño paquete donde estaba escrito el nombre y la dirección de
la persona a quien estaba siendo enviado.
Sorprendida la dama se alegró al ver su nombre en el paquetito y
presurosa le comunicó al cartero que ella era la destinataria de esa
pequeñísima encomienda.
-" Permítame su carné de identidad, señora... Gracias... Firme aquí,
por favor...
Gracias... Hasta luego... Felicidades". Terminó expresando el
empleado de correo, previa entrega del encargo.
Curiosa, la dama cerró la llave del agua y se dirigió al interior de
su casa para cerciorarse del contendido de ese paquete postal que se
le había enviado. Rompió los sellos, cortó los hilos y de improviso tuvo ante
sí, en su memoria, la imagen de su amante, al único hombre a quien
había amado en su vida.
Incrédula, revisó la letra y la contraseña única, únicamente conocida entre él, su amado de siempre, y ella.
No había duda, el envío era de él. Abrió el paquetito y en el
interior había un hermosa cajita de madera tallada, con alguna
inscrutación de metales preciosos. Presintiendo algo terrible, con
sus manos temblorosas, casi adivinando su contenido, levanta
lentamente, muy lentamente, la tapa del cofrecillo y lanza un grito
de desesperación.
"¿Qué le pasó mamita, que gritó tan fuerte?...Nos asustamos...
Creíamos que le había ocurrido algo... ¿Está bien, no es cierto?..
Preguntaron casi al unísono varios jóvenes y niños, al parecer hijos y nietos de la
dama, quien al sentir los pasos había escondido rápidamente el cofre
y las evidencias causantes del alarido de dolor.
"Sí, estoy bien, Ase dirigió a su dormitorio, ahora con su semblante
descompuesto, llevando entre sus manos aquel mensaje de su amor ido
hacía tantísimos años. Sentada sobre su cama, procedió a examinar el
contenido de la caja de madera. Era un hermoso caja, piramidal, de
oro y con sus caras de cristal, conteniendo en su interior algunos
gramos de cenizas. La dama con esa joya fuertemente asida en una de
sus manos,
fue atrapada en un ataque de gemidos, llantos y pequeños gritos
ahogados en su garganta, mientras pronunciaba palabras incoherentes
como una poseída por una demencia.
Al otro día no se levantó de su cama. Postrada como una convaleciente
de alguna enfermedad, ella siempre sana, de un día para otro se había
transformado en un ser ojeroso, demacrado. Su familia sin saber que
le pasaba a su madre y abuela, llamaron al médico, quien sin poder
diagnosticar el padecimiento de la paciente, optó por recetar algunos
tranquilizantes y somníferos, recomendando antes de retirarse dejarla
descansar y no interrumpirle la tranquilidad que le producirían los
medicamentos.
Al segundo día, ella,, con sus rulos dorados de antes y ahora de
ceniza , dormitaba en su cama, con sus ojos hinchados de tanto
llorar, luciendo colgado de su cuello por una cadenilla un hermoso
caja de oro con cristales transparentes conteniendo algunos gramos de
ceniza del cuerpo de su amado, ahora junto a ella hasta su muerte.
Ella, ahora dormía sonriendo, porque aunque su amor ya no estaba en
este mundo, sus restos reposaban en su pecho, escuchando los latidos
de su corazón, ahora para siempre y mientras ella estuviera con vida.
En la ciudad pueblo, sentada en una mecedora, dejándose acariciar
por el sol de media mañana, tejía meditabunda, con su mirada puesta
en sus dedos ágiles y en el aletear de los palillos, estaba la
distinguida figura de la señora de Mauro, su esposo infiel, ido de su
lado atraído por una mujer pecadora, según ella pensaba, hacía ya
tantos años. Lucía como siempre, con su porte de gran dama, aunque
ahora anciana y su rostro surcado por grandes arrugas.
Interrumpida en su distracción manual de tejedora por la voz del
cartero, se levantó de su sillón de descanso y escuchó la pregunta
del empleado del correo:
" Usted es la señora Sofía...". El cartero no pudo terminar la frase
al ser interrumpido por el rotundo " Sí" de la anciana.
"Me permite su carné de identidad, señora, por favor..."..."Gracias"....."Firme aquí..."
"Gracias... Hasta pronto...". Se despidió el cartero previa entrega a la dama de un pequeño paquete.
Después de una semana la siempre respetada anciana, se levantó de su
convalecencia ya repuesta, pero con una inmensa tristeza que apagaron
el brillo de sus ojos, ahora opacos y sin esa graciosa picardía de su
mirada. Antes de abandonar su dormitorio, sus manos casi por instinto
se dirigieron a acariciar la caja que contenía conteniendo más de
cincuenta gramos de cenizas. Una vez acomodada, la miró antes de
salir de su habitación hacia las otras dependencias de su casa.
Algunos niños que jugaban en el patio, al verla aparecer corrieron a
tomarle la mano, mientras mostraban su alegría por ver a su abuelita
nuevamente en el patio aprestándose a ordenar sus lanas y tejidos.
El niño más crecido, de unos once años, alejándose de sus hermanos
menores, se acuclilló a un costado de su abuela y al mirar la joya
que ahora lucía el cuello de la abuela, sorprendido, le pregunta:
"Abuelita... Eso que lleva puesto en el cuello... ¿Qué es?...¿ Es una pequeña caja verdad?.
Sin poderlo impedir, el niño tomó en su mano la caja , la examinó y
comprobó que el interior de esa alhaja estaba lleno de un polvillo
parecido a cenizas.
Sin poder contener su curiosidad, ansioso por saber más sobre lo que
estaba mirando, miró a su abuelita y cuando ya se aprestaba a abrir
la boca para lanzarle la pregunta, ella, la anciana, le replicó:
"¡ No me preguntes nada!...Sé lo que vas a consultar... Yo te lo
diré, pero solamente a ti, siempre y cuando esto que te voy a contar
jamás se lo digas a nadie, ni siquiera a tu mamá... Si me lo juras, te digo qué
es lo que llevo colgado en mi cuello. ¿ Estás dispuesto a jurarme por
Dios y también por mí, que cumplirás con tu promesa?.".
"Sí, le juro, abuelita, que lo que usted me cuente sobre esa caja que
cuelga de su cuello, jamás lo comentaré con nadie... ¡Se lo juro!.
Dicho esto el niño se llevó los dedos índice y pulgar a sus labios,
haciendo la señal de la cruz.
" Escucha, pequeño, hace muchos años, antes que yo conociera a tu
abuelito, que en paz descanse, cuando yo era joven conocí a un hombre.
Yo me enamoré de él y el de mí. Con el tiempo esa pasión se
transformó en un gran amor, pero un amor tranquilo, sosegado. La
pasión inicial la apagó el amor verdadero, ese sentimiento que jamás se olvida y que
hace que la memoria guarde hasta la muerte la imagen de ese ser amado.
Pero, un día ese hombre que tanto me quería fue embrujado por una
mujer y se lo llevó con ella, dejándome con el alma sangrando de
dolor.
Durante muchos años, después de su partida, siempre pensé que él me
había dejado de querer, pero hace unos días él desde el cielo donde
ahora está, estoy segura, me ha mandado un recado y un regalo, el más
grande que he recibido en mi vida. Me ha enviado esta caja que llevo
en mi cuello llena de las cenizas de su cuerpo y la otra, grande y bella,
plena de ese polvillo en que él se redujo y que estoy segura que a
través de los cristales él me está mirando cuando yo lo miro, porque lo he colocado
en mi velador, junto a mi cama...".
El niño interrumpió bruscamente el relato de su abuela:
"Abuelita... Si él la quería tanto... ¿Por qué él se fue con esa mujer?
"Cuando tú seas grande vas a comprender que ese sentimiento que
poseen los seres humanos llamado amor, en este caso entre un hombre y
una mujer, no es estable, es voluble, su intensidad baja y sube según
va pasando el tiempo y no siempre esto sucede igual en los amantes.
Lo ideal sería que los dos bajaran o los dos subieran su interés el uno por el
otro, pero desgraciadamente esta relación muy pocas veces se da.
La naturaleza ha dotado al hombre de una genética que torna muy
poderosa la atracción hacia las mujeres, la que es reprimida
solamente en parte por el sentimiento de lealtad y cariño hacia el ser que están
amando.
A los hombres, a veces, nosotras las mujeres, debemos compadecerlos,
porque a ellos les es muy difícil ser fiel a una mujer. Su instinto es
diferente a nosotras, las mujeres. El hombre que yo amé, amo y amaré
hasta que me muera, aunque él me amaba, amó también a esa otra mujer,
pero de una manera diferente y estoy segura que se fue con ella, pero
llorando por mí, por el amor tranquilo y quieto que yo le prodigaba.
El ahora ya muerto me ha dicho que yo fui su mujer principal, la más
importante y la mujer que más amó en su vida...
"¿Y cómo sabe usted, abuelita, que usted fue la mujer que él más
amó?".
Nuevamente interrumpió la narración el niño que escuchaba con gran
atención lo que la abuelita le estaba confidenciando.
"¿Me estás preguntando cómo sé yo que el amor de ese hombre ya
fallecido me quiso más a mí que a esa otra mujer por la que me
abandonó?. Te voy a responder... Cuando aún no aparecía la mujer que
él también amó, cierta vez, cuando estábamos abrazados mirando la
luna y el mar, él me juró que cuando el se muriera, pasara lo que
pasara en el futuro, iba a dejar establecido en su testamento que su
cuerpo fuera quemado y que las cenizas fueran depositadas según sus
instrucciones en las cajas que él dejó diseñadas, en forma y tamaño,
para cada persona que alguna vez amó y el sobrante que fuera lanzada
al mar. La más grande y colmada con sus cenizas sería para la mujer
que más amó y esa la he recibido yo y la tengo ahora adornando mi
velador... y ésta que cuelgo de mi cuello... ¡Mírala!...¿Es hermosa...
cierto?...Está llenita con ese polvillo mágico que me ha vuelto a la
vida... El siempre me amó... Jamás dejó de amarme... Aunque también amó a esa otra mujer.
Junto con las cajas, me envió ésta carta... contándome todos sus
pensamientos y sentimientos hacia mí y lo mucho que padeció cuando la
fuerza de la naturaleza lo arrastró hacia las sensaciones de otro
cuerpo de mujer. La verdad, mi niño, es que la mente humana es tan
misteriosa que nadie aún puede decir la última palabra...
Al ver a la anciana en ese momento de confesión de sus confidencias y
secretos, guardados durante tantos años, lucía un semblante hermoso,
su mirada brillante y transparente, sus labios se habían tornado
frescos, más rojos, y su sonrisa casi juvenil.
Rycky
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